“Los coleccionan, hija” le respondió a su hija con tanta seguridad que casi pude creerle. La niña miró a su madre, sonrió y después miró fijamente hacia la ventana de la combi en la que viajábamos mirando a los varios globeros que trataban de aprovechar la noche, eran las 9:20 pm del martes 5 de enero de 2010. Creo que nunca fui un niño normal porque aunque tenía los juguetes en mis manos no se me ocurría cómo jugar con ellos a diferencia de mi hermano quien siempre perdía sus soldados G.I. Joe porque los llevaba a todos lados. Sin embargo, eso no me impedía pedir obsequios a los Reyes del Oriente. Varios años consecutivos pedí la colección de las Tortugas Ninja y solo recibí una, a Rafael, el de la cinta roja. Ese tipo de tradiciones me encantan de este país pero me he cuestionado si se hace bien en “mentir” con este tipo de “ilusión”. Si esa es la pregunta ¿Es válido mentir para fomentar una ilusión en un niño?
No lo sé, pero en mi experiencia he de decir que a pesar de que por muchos años traté de desenmascarar a los Reyes Magos, el día que por fin supe esa verdad, ese día oficialmente terminó mi niñez y con ella esa emoción por las fiestas decembrinas. Ahí me convertí en Grinch. Fomentar una ilusión en un niño debe ser algo primordial como deben ser las metas en los adultos. Así como no concibo que pase un día sin aprender algo nuevo tampoco concibo que la gente no se ponga metas. Siempre debe haber metas ya sea por día, por semana, por mes y objetivos a cumplir en algunos años. Así me muevo yo, mediante organización. De la misma manera el niño que quiere tener un regalo bajo el árbol de navidad sabe que debe portarse bien durante el año para que los Reyes Magos quienes de alguna extraña manera los miran todo el tiempo puedan complacer esa lista de peticiones. Creo que seguiré esa tradición con mis hijos. No sabrán ese “secreto” hasta que tengan la edad suficiente. Quiero que ellos sientan esa emoción de despertar y correr a ver que hay bajo el árbol pero sobretodo quiero que sean consientes de sus actos. Si saben que no lo hicieron tan bien en 12 largos meses no deben tener tan altas expectativas y, si todo sale bien, no debe ser por cuestiones económicas más bien por merecimientos. Sí, seguiré esta tradición los años que se pueda. Sonaré a viejo pero ya tengo las ansias de desaparecer la noche del 5 de enero colocándome el turbante en la cabeza y regalar sonrisas a mis hijos. Definitivamente me estoy aviejando pero es parte del proceso y creo que mi yo interno ya necesita otro tipo de emociones, este tipo de placeres.
Escribo esto cuando es lunes 11 de Enero cuando viaja ese árbol de navidad, ese que fuimos en familia a comprar al mercado de Jamaica, colgado del camión de la basura junto a otros más en la misma situación llevando con ellos los restos de esa ilusión infantil. Quizá debajo de ese árbol hubo un regalo quizá no y tal vez no fue precisamente porque el niño no se hubiera portado correctamente más bien por la difícil situación económica generalizada. Lo que es casi seguro es que la familia o la mayor parte de ella se reunieron alrededor de él.
El disfraz de navidad ha sido retirado de la casa y poco a poco de la ciudad. Comenzó el expectante 2010 y desde enero los niños deben comenzar a portarse bien y nosotros los adultos a hacer ese estudio o ese ahorro, a trabajar en conseguir esa meta que nos haga hombres exitosos en el futuro cercano. Sin embargo, no olviden que “No vale la pena llegar a la meta sin haber disfrutado el camino”.
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